miércoles, 8 de abril de 2015

La joven que toca el violín

Tiene una emoción contenida en el rostro, un gesto de templanza que, a su vez, refleja nerviosismo, como si tuviera aquella incertidumbre, misma que a mí me provoca; esa duda de no saber qué o cómo tocará. Cuando toma el arco entre sus dedos, lo hace con vacilación; irresoluta, al parecer con desapego, pero en cuanto acerca el instrumento a su cuello, su mirada se transforma, se vuelve serena. Acomoda el violín hasta que sus ojos proyectan cierta conformidad, da un último vistazo a las partituras en el atril y procede.

No conoce el significado de lo imposible. Siempre busca retos sin notarlo. Sus notas son audaces. No la escuchas vacilar aún cuando percibes ciertos deslices; es segura y decidida incluso en sus traspiés. Bailan sus dedos sobre las cuerdas, agita el arco con enérgico movimiento, es una melodía intrépida: fluye un sonido tan distinto a lo que se espera, pues ya no es aquella obra que leía; la ha transformado, la hace suya y la comparte contigo.


Después de un rato ella sonríe, ya no te mira, se olvida de que existes; desaparece el mundo a su alrededor e interpreta para sí misma; convierte y trasfigura compases en grácil egoísmo melódico que transmite pasión y el ímpetu de sus ojos. Se escuchan la emoción de sus ademanes sobre el violín y los sentimientos que nacen en su interior.